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En un hospital de Filadelfia, primer mundo, un grupo de recién nacidos, sirven de conejillos de indias, para intentar demostrar que la música mitiga el dolor de los pinchazos indispensables para vacunas y análisis. La cosa consiste en hacerles escuchar música, mientras el personal sanitario utiliza sus talones como personal acerico. Mientras, en una ambulancia de la franja de Gaza, una niña de apenas un año, intenta olvidarse del dolor de sus heridas, escuchando una sinfonía macabra de bombas, granadas, obuses y yo que se cuantos artilugios de destrucción selectiva, que occidente ha vendido a sus particulares genocidas.

Mas abajo en el mapa, en el centro de África, una personita de, mas o menos, la misma edad, tiembla de miedo y dolor mientras espera, aferrada a la ropa de su madre, el fatal machetazo de una tribu vecina, que haga innecesaria la preocupación de los hipócritas, por la desnutrición de las criaturas del tercer, cuarto o quinto mundo.

Este relato introductorio, que parece sacado de una novela negra, es la cruda realidad, el día a día de este mundo loco en el que nos encontramos atrapados.

En los tres casos, habrá personas con deseos de contarlo, pero también para ellos o ellas, el trato será distinto. Mientras que quien cubra la noticia del hospital, tendrá las puertas abiertas para difundir un logro de tal magnitud, a quien tenga la osadía de intentar contar la verdad sobre Gaza la despachará un francotirador judío con una 7,62mm, disparada por su Galil de reglamento.

En el caso del país centroafricano, ni si quiera hay corresponsal que pueda contar el contubernio de cualquier multinacional de las telecomunicaciones con los señores de la guerra de tal o cual tribu.

Sea como fuere y en cualquieras de los casos, es la infancia la gran perjudicada en cualquiera de los conflictos o de los experimentos ideados por adultos con cualquier excusa.

Es triste que, en los dos últimos casos, todas las víctimas tengan el nombre genérico de “Daño” y que su apellido sea “Colateral”.

Hasta para ser víctima de una guerra, el lugar importa. No es lo mismo una niña gazatí que una niña ucraniana, ni si quiera para migrar. Mientras que la primera tendrá que enfrentarse a miles de dificultades, añadidas a la posible pérdida de sus progenitores, a la segunda se le abrirán las puertas de media Europa, argumentando que, como decía un migrante caribeño, los ucranianos son “blancos y rubios como nosotros” y me lo dijo precisamente a mí, que soy español, cuarterón de árabe, aborigen canario y portugués.

Lo mas grave es que por encima de lo injustas que son las guerras, está la ideología de quienes las generan y los intereses que hay detrás de ellas.

La prueba más evidente de que Rusia, Ucrania o Israel, en particular, no quieren acabar con las guerras que tienen entre manos, esta en el último acontecimiento bélico del ejército sionista:

Un dron, ha liquidado de forma casi quirúrgica, al número 2 de Hamas Saleh al-Arouri. Netenyahu y el Mossad, saben, con pelos y señales, donde están los líderes de la organización y pueden acabar con ellos cuando quieran. Si hasta ahora se han dedicado a masacrar al pueblo palestino, será porque es eso precisamente lo que quieren hacer. Y quienes apoyan este genocidio, son cómplices, ¡Que no me estén jodiendo!

LA RECETA.-

Codillo de cochino en salsa con puré de papas y calabaza

De la partitura culinaria de fin de año quiero rescatar, por algunos elogios recibidos, esta andante articulado sobre almohadilla de fécula y cucurbitácea.

LOS CODILLOS

Para contentar el estómago de tres personas, tuve que hacerme con los servicios de:

3 Codillos de cochino, sin piel.

½ Cebolla

½ Pimiento

2 Ramas de apio

2 Ramas de hierba huerto

1 Zanahoria

3 Dientes de ajo, grandes

½ Litro de cerveza.

Sal

Pimienta negra molida

Agua.

Lo primero fue salpimentar los codillos y pasarlos por la sartén a fuego fuerte para sellar la carne.

A continuación, acompañados de los vegetales, la cerveza y el agua, anduvieron en sauna a presión durante 40 minutos. Ahí toco despegarlos del hueso con cuidado, para que quedaran lo mas enteros posibles y ponerlos en una bandeja apropiada. Mientras tanto, el caldo resultante seguía hierve que hierve, con todas las verduras hasta quedar reducido a una melaza con tropezones irreconocibles. En ese momento tocó meter la batidora en el caldero reducirlo todo a una salsa de color marrón-dorado, con la que cubrí la carne de los codillos.

EL PURÉ. –

3 papas grandes

300 grs de Calabaza

100 grs de queso azul

Sal

Nuez moscada

1 cucharada de Salsa

½ Cucharada de Salsa Sriracha o similar

Una vez sancochadas las papas y la calabaza, le di una buena paliza en el pasapuré y les agregué sal, nuez moscada molida y la salsa Sriracha (es picante, ojo)

(Atajo) Si te quieres ahorrar el sancochado de las papas, usa dos sobres de puré de papas Maggi y le añades 600cc de leche caliente, junto con la calabaza guisada, la salsa sriracha y el queso Roquefort

Imaginen el resultado, porque con tanto trajín, no estaba yo para fotos.

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