Son las ocho de la mañana y mientras practico el diario ritual del café con leche y el pastilleo de la tensión, escucho la cantinela de las noticias, siempre las mismas y casi siempre manipuladas. De pronto, se entabla un debate sobre si la situación de España ha mejorado. Mientras que Jesús Cintora expone sus argumentos para demostrar que poco o nada ha mejorado y la vocera de turno del PP intenta hacer todo lo contrario, emiten un reportaje en el que una pensionista del grupo de los trescientos y pico euristas, se dedica a ir por los contenedores a recoger alimentos que todavía están en condiciones de consumo. La señora en cuestión tiene el aspecto de cualquier ciudadano de clase media. Seguro que antes de la crisis, lo fue. Por su vocabulario y por la forma de expresarse, se intuye que es una persona con buen nivel cultural. Por desgracia, no es la única que merodea por los contenedores. A plena luz del día, al menos dos personas más se dedican a la misma tarea. Son las víctimas visibles de una crisis generada por los mismos que dicen haberla solucionado. Ellos, junto con los escolares que usan la pública y los usuarios de los servicios sanitarios estatales, abarrotan el vagón de cola de un tren que, por más que el gobierno cacaree, no acaba de abandonar el andén.
Lo cierto es que, al menos un 30% de la población española, que antes de la crisis era clase media, hoy tiene grandes dificultades para llegar a final de mes. Parece que la crisis no sabe que ya se acabó y las mejoras no llegan a los de más abajo.
En un momento del debate algunos iluminados, sacan a relucir ONGs como el Banco de Alimentos o Mensajeros de la Paz, también podían haber mencionado a Caritas o Cruz Roja, como si la solución al problema dependiera de estas organizaciones privadas.
Habría que recordarle a los periodistas y de paso al gobierno, que son los servicios sociales, tan escasos de dotación, los que deberían asumir eso que han dado en llamar pobreza endémica y no es más que el reflejo de la incapacidad para invertir en los pobres. Son, precisamente los gobernantes, con los impuestos recaudados, los que deberían cubrir las necesidades de las clases menos favorecidas.
Está claro que las ONGs citadas anteriormente, están haciendo una labor encomiable, dicho sea de paso, gracias a la colaboración ciudadana. O sea, los que pagamos impuestos para que el estado atienda a los más necesitados y les dé cobertura sociosanitaria, también nos rascamos el bolsillo para que las ONGs atiendan lo que la desidia de las instituciones públicas deja sin cobertura. Está bien que colaboremos con ellos, pero sin dejar a un lado la denuncia y el empeño para que el modelo social impuesto por los poderes económicos cambie.
El gobierno, con sus medidas, no ha hecho más que debilitar el tejido social y agrandar la herida de la desigualdad. Una herida grande, tan grande que necesita, en vez de una cura de urgencia, la aplicación de puntos de sutura para poder restañarla.
Ojalá llegue un día en el que sus nombres solo sean el recuerdo de una etapa de tremenda injusticia social. Mientras tanto bienvenidas sean estas ONGs a las que se me ha ocurrido denominar, con el mayor cariño, “Las tiritas de la miseria”.
LA RECETA.-
Siempre se ha dicho que la necesidad agudiza el ingenio y en tiempos de crisis nuestros padres tuvieron que recurrir a esa capacidad para poner un plato en la mesa.
Qué hacer cuando lo que hay en la cocina es:
4 Huevos.
2 Papas.
½ Pimiento verde.
Los restos de un puchero donde hay trocitos de carne, habichuelas, garbanzos, trozos de col, una zanahoria y poco más.
Unas ramas de perejil.
Sal.
Aceite.
En primer lugar habrá que saltear los restos del puchero bien escurridos y troceados, para que pierdan la mayor cantidad de líquido posible. A continuación, freír las papas cortadas en daditos y en su punto de sal. En un bol, batimos los cuatro huevos y le agregamos las ramitas de perejil bien picadas. Añadimos las papas fritas y los restos del puchero, dándole unas vueltas con el tenedor para mezclar bien. Por último ponemos una sartén al fuego con el fundo aceitado y cuando esté bien caliente echamos la mezcla. Llegados a este punto, apelo a la habilidad del o la oficiante, pera que el engendro no se pegue.
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